viernes, 27 de julio de 2007

Drácula, de Bram Stoker



Entonces, al tiempo que volábamos, el cochero se inclinó hacia adelante y, a cada lado, los pasajeros, apoyándose sobre las ventanillas del coche, escudriñaron ansiosamente la oscuridad. Era evidente que se esperaba que sucediera algo raro, pero aunque le pregunté a cada uno de los pasajeros, ninguno me dio la menor explicación. Este estado de ánimo duró algún tiempo, y al final vimos cómo el desfiladero se abría hacia el lado oriental. Sobre nosotros pendían oscuras y tenebrosas nubes, y el aire se encontraba pesado, cargado con la opresiva sensación del trueno. Parecía como si la cordillera separara dos atmósferas, y que ahora hubiésemos entrado en la tormentosa. Yo mismo me puse a buscar el vehículo que debía llevarme hasta la residencia del conde. A cada instante esperaba ver el destello de lámparas a través de la negrura, pero todo se quedó en la mayor oscuridad. La única luz provenía de los parpadeantes rayos de luz de nuestras propias lámparas, en las cuales los vahos de nuestros agotados caballos se elevaban como nubes blancas. Ahora pudimos ver el arenoso camino extendiéndose blanco frente a nosotros, pero en él no había ninguna señal de un vehículo. Los pasajeros se reclinaron con un suspiro de alegría, que parecía burlarse de mi propia desilusión. Ya estaba pensando qué podía hacer en tal situación cuando el cochero, mirando su reloj, dijo a los otros algo que apenas pude oír, tan suave y misterioso fue el tono en que lo dijo. Creo que fue algo así como "una hora antes de tiempo". Entonces se volvió a mí y me dijo en un alemán peor que el mío:
—No hay ningún carruaje aquí. Después de todo, nadie espera al señor. Será mejor que ahora venga a Bucovina y regrese mañana o al día siguiente; mejor al día siguiente.
Mientras hablaba, los caballos comenzaron a piafar y a relinchar, y a encabritarse tan salvajemente que el cochero tuvo que sujetarlos con firmeza. Entonces, en medio de un coro de alaridos de los campesinos que se persignaban apresuradamente, apareció detrás de nosotros una calesa, nos pasó y se detuvo al lado de nuestro coche. Por la luz que despedían nuestras lámparas, al caer los rayos sobre ellos, pude ver que los caballos eran unos espléndidos animales, negros como el carbón. Estaban conducidos por un hombre alto, con una larga barba grisácea y un gran sombrero negro, que parecía ocultar su rostro de nosotros. Sólo pude ver el destello de un par de ojos muy brillantes, que parecieron rojos al resplandor de la lámpara, en los instantes en que el hombre se volvió a nosotros. Se dirigió al cochero:
—Llegó usted muy temprano hoy, mi amigo.
El hombre replicó balbuceando:
—El señor inglés tenía prisa.
Entonces el extraño volvió a hablar:
—Supongo entonces que por eso usted deseaba que él siguiera hasta Bucovina. No puede engañarme, mi amigo. Sé demasiado, y mis caballos son veloces.
Y al hablar sonrió, y cuando la luz de la lámpara cayó sobre su fina y dura boca, con labios muy rojos, sus agudos dientes le brillaron blancos como el marfil. Uno de mis compañeros le susurró a otro aquella frase de la "Leonora" de Burger:
"Denn die Todten reiten schnell"

miércoles, 18 de julio de 2007

2001, una odisea en el espacio. Arthur C. Clark.


Prólogo


Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos , aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra.Y es en verdad un número interesante , pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local , la Vía Láctea. Así , por cada hombre que jamás ha vivido luce una estrella en ese Universo.


Pero , cada una de esas estrellas es un sol , a menudo mucho más brillante y magnífico que la pequeña y cercana a la que denominamos el Sol. Y muchos- quizás la mayoría- de esos soles lejanos tienen planetas circundándolos. Así casi con seguridad hay suelo suficiente en el firmamento para ofrecer a cada miembro de las especies humanas , desde el primer hombre- mono , su propio mundo particular : cielo...o infierno

martes, 3 de julio de 2007

Yo te amo, Eternidad. Friedrich Nietzsche



Este Fragmento corresponde a "Así habló Zaratustra"



Si yo soy un adivino y estoy lleno de aquel espíritu vaticinador que camina sobre una
elevada cresta entre dos mares, -
que camina como una pesada nube entre lo pasado y lo futuro, hostil a las hondonadas
sofocantes y a todo lo que está cansado y no es capaz ni de vivir ni de morir:
dispuesta en su oscuro seno a lanzar el rayo y el redentor resplandor, grávida de rayos
que dicen ¡sí!, ríen ¡sí!, dispuesta a lanzar vaticinadores resplandores fulgurantes: -
- ¡bienaventurado el que está grávido de tales cosas! ¡Y, en verdad, mucho tiempo tiene
que estar suspendido de la montaña, cual una mala borrasca, quien alguna vez debe encender
la luz del futuro! -
Oh, cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, - ¡el anillo
del retorno!
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a
quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!