miércoles, 23 de mayo de 2007

La albatros (Stanislaw Lem)


El almuerzo se componía de siete platos sin con­tar los entremeses. Los carritos con el vino rodaban sin ruido por los acristalados pasillos. Cada mesa es­taba iluminada por un foco situado en el techo. Mien­tras comían la sopa de tortuga la iluminación fue de color limón, durante el pescado casi blanca con mati­ces azulados. Al pollo lo inundó el rosa mezclado con un sedoso y cálido gris. Afortunadamente, no oscu­recieron las luces durante el café, pues el estado de ánimo de Pirx era ya lo bastante sombrío. La comida había terminado con sus energías. Se prometió a sí mismo que, a partir de ese momento, comería en la cubierta inferior, en el bar. Toda aquella etiqueta le resultaba excesiva. Tenía que estar todo el rato preo­cupándose de dónde ponía los codos. ¡Y vaya desfile de modas! La sala era circular y estaba hundida me­dio rellano en relación al resto del piso, rodeada por un anfiteatro de escalones. Parecía un gigantesco pla­to de color oro crema, lleno de los más apetecibles aperitivos del mundo; los vestidos rígidos, semitrans­parentes, susurraban a sus espaldas. Una multitud festiva y alegre llenaba la sala. Una orquesta auténtica tocaba música bailable y verdaderos camareros, cada uno de ellos ataviado como un director de orquesta, servían la comida. «La Transgalactic le ofrece intimi­dad, servicio individualizado, discreción, auténtica hospitalidad y una tripulación compuesta exclusiva­mente por seres humanos, cada uno de ellos un artis­ta en su oficio.»

viernes, 18 de mayo de 2007

La rebelión de las masas (José Ortega y Gasset)


Nadie, creo yo, deplorará que las gentes gocen hoy en mayor medida y número que antes, ya que tienen para ello el apetito y los medios. Lo malo es que esta decisión tomada por las masas de asumir las actividades propias de las minorías no se manifiesta, ni puede manifestarse, sólo en el orden de los placeres, sino que es una manera general del tiempo. Así — anticipando lo que luego veremos — , creo que las innovaciones políticas de los más recientes años no significan otra cosa que el imperio político de las masas. La vieja democracia vivía templada por una abundante dosis de liberalismo y de entusiasmo por la ley. Al servir a estos principios, el individuo se obligaba a sostener en sí mismo una disciplina difícil.


Al amparo del principio liberal y de la norma jurídica podían actuar y vivir las minorías. Democracia y ley, convivencia legal, eran sinónimos. Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos. Es falso interpretar las situaciones nuevas como si la masa se hubiese cansado de la política y encargase a personas especiales su ejercicio. Todo lo contrario. Eso era lo que antes acontecía, eso era la democracia liberal.


La masa presumía que, al fin y al cabo, con todos sus defectos y lacras, las minorías de los políticos entendían un poco más de los problemas públicos que ella. Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café. Yo dudo que haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo. Por eso hablo de hiperdemocracia. Lo propio acaece en los demás órdenes, muy especialmente en el intelectual. Tal vez padezco un error; pero el escritor, al tomar la pluma para escribir sobre un tema que ha estudiado largamente, debe pensar que el lector medio, que nunca se ha ocupado del asunto, si le lee, no es con el fin de aprender algo de él, sino, al revés, para sentenciar sobre él cuando no coincide con las vulgaridades que este lector tiene en la cabeza. Si los individuos que integran la masa se creyesen especialmente dotados, tendríamos no más que un caso de error personal, pero no una subversión sociológica. Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Como se dice en Norteamérica: ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado. Y claro está que ese "todo el mundo" no es "todo el mundo". "Todo el mundo" era, normalmente, la unidad compleja de masa y minorías discrepantes, especiales. Ahora "todo el mundo" es sólo la masa.

jueves, 10 de mayo de 2007

Opus Nigrum (Margarite Yourcenar)


Silodibri nos propone este fragmento. Espero que os guste


Permanecía sentado, con la barbilla agachada, en el cuarto invadido por el húmedo crepúsculo. El color rojo del fuego teñía sus manos manchadas deácidos, marcadas en varios sitios con pálidas cicatrices de quemaduras, y se veía que consideraba con atención aquellas extrañas prolongaciones del alma,aquellas grandes herramientas de carne que sirven para tomar contacto con todas las cosas.
—¡Alabado sea yo! —dijo por fin con una especie de exaltación en la que Henri-Maximilien hubiese podido reconocer al Zenón ebrio de sueños mecánicos compartidos con Colas Gheel—. Nunca podré dejar de maravillarme de que estacarne sostenida por sus vértebras, este tronco unido a la cabeza por el istmo del cuello y que dispone simétricamente sus miembros en torno a él, contengan y quizá produzcan un espíritu que saca partido de mis ojos para ver y de mis movimientos para palpar... Conozco sus límites y sé que le faltará tiempo para llegar más allá, y asimismo fuerza, si por casualidad le fuera concedido el tiempo. Pero existe y, en estos momentos, él es Aquel que Es. Sé que se equivoca y yerra, que a menudo interpreta torcidamente las lecciones que el mundo le dispensa, pero también sé que hay en él algo que le permite conocer y en ocasiones rectificar sus propios errores. He recorrido al menos una parte de la bola del mundo en que nos hallamos; estudié el punto de fusión de los metales y la generación de las plantas; he observado los astros y examiné el interior de los cuerpos. Soy capaz de extraer de este tizón que ahora levanto la noción de peso, y de esas llamas la noción de calor. Sé que no sé lo que no sé; envidio a aquellos que sabrán más que yo, pero también sé que tendrán que medir, pesar, deducir y desconfiar de sus deducciones exactamente igual que yo, y ver en lo falso parte de lo verdadero, y tener en cuenta en lo verdadero la eterna mixtión de lo falso. Jamás me agarré a una idea por temor al desamparo en que caería sin ella. Nunca aliñé un hecho verdadero con la salsa de la mentira, para hacerme su digestión más fácil. Nunca deformé el parecer del adversario para llevar la razón más fácilmente, ni siquiera, durante el debate sobre el antimonio, el de Bombast, que no me lo agradeció. O más bien sí: me sorprendí haciéndolo y cada vez que estoo currió, me reñí a mí mismo como se riñe a un criado poco honrado, y no me devolví mi confianza hasta obtener de mí mismo la promesa de hacer las cosas mejor. He soñado mis sueños; no pretendo que sean más que sueños. Me guardé muy bien de hacer de la verdad un ídolo, prefiriendo dejarle su nombre más humilde de exactitud. Mis triunfos y mis riesgos no son los que se cree; existen glorias distintas de la gloria y hogueras distintas de la hoguera. He llegado casi adesconfiar de las palabras. Moriré un poco menos necio de lo que nací.
—Eso está bien —dijo bostezando el guerrero—. Pero públicos rumores os atribuyen logros más sólidos. Fabricáis oro.
—No —dijo el alquimista—, pero otros sí lo lograrán. Es cuestión de tiempo y de herramientas adecuadas para llevar la experiencia a buen término. ¿Y quésignifican unos cuantos siglos?
—Mucho tiempo, si hay que pagar la cuenta del Agneau d’Or —dijo bromeando el capitán.
—Hacer oro será algún día tan fácil como soplar el vidrio —continuó Zenón—. A fuerza de horadar con nuestros dientes la corteza de las cosas, acabaremos por encontrar la razón oculta de las afinidades y desacuerdos... Una brocha mecánica o una bobina que se devana sola no significan mucho y, sin embargo, esa cadena de pequeños descubrimientos podría llevarnos más lejos de lo que fueron Magallanes y Américo Vespuccio en sus viajes. Siento rabia cuando pienso que la invención humana se detuvo tras haber inventado la primera rueda, la primera torre, la primera fragua; apenas si nos hemos preocupado de diversificar las aplicaciones del fuego que robamos al cielo. Y, sin embargo, bastaría aplicarse para deducir de algunos sencillos principios toda una serie deingeniosas máquinas que aumentarían la sabiduría y el poder de los hombres:aparatos que con sus movimientos produjesen calor, conductos que propagaran el fuego como otros propagan el agua y que dieran vueltas en beneficio dedestilaciones y fundiciones como el dispositivo de los antiguos hipocaustos y estufas orientales... Riemer, en Ratisbona, cree que el estudio de las leyes del equilibrio permitiría construir, para la guerra y la paz, unos carros que volaran por el aire y nadasen bajo el agua. Vuestra pólvora de cañón, que relega las hazañas de Alejandro a la categoría de juegos infantiles, nació así de las cogitaciones de un cerebro...
—¡Alto ahí! —dijo Henri-Maximilien—. Cuando nuestros padres prendieron fuego a la mecha por primera vez, se hubiera podido creer que ese ruidoso hallazgo revolucionaría el arte de la guerra y abreviaría los combates por falta de combatientes. No fue así, ¡a Dios gracias! Se mata aún más (y aún eso lo dudo) y la única diferencia consiste en que mis soldados manejan el arcabuz, en lugar de la ballesta. Pero el viejo valor, la vieja cobardía, la vieja astucia, la vieja disciplina y la vieja insubordinación son lo mismo que eran y junto a ellos el artede avanzar, de retroceder o de permanecer en el sitio, de infundir miedo y de fingir no tenerlo. Nuestros guerreros siguen plagiando a Aníbal y compulsando a Vegecio. Continuamos igual que antaño, colgados del culo de los maestros.

miércoles, 9 de mayo de 2007

La lengua absuelta (Elias Canetti)


Mi recuerdo más remoto está bañado de rojo. Salgo por una puerta en brazos de una muchacha, ante mí el suelo es rojo y a la izquierda desciende una escalera igualmente roja. Frente a nosotros, a la misma altura, se abre una puerta y aparece un hombre sonriente que viene amigablemente hacia mí. Se me aproxima mucho, se detiene, y me dice: "¡Enseña la lengua!". Yo saco la lengua, él palpa en su bolsillo, extrae una navaja, la abre y acercando la cuchilla junto a mi lengua dice: "Ahora le cortaremos la lengua". No me atrevo a retirar la lengua, él se acerca cada vez más hasta rozarla con la hoja. En el último momento retira la navaja y dice: "Hoy todavía no, mañana". Cierra la navaja y la guarda en su bolsillo. Cada mañana cruzamos la puerta y salimos al corredor rojo, se abre la puerta y aparece el hombre sonriente. Sé qué es lo que va a decir y espero su orden para mostrar la lengua. Sé que me la cortará y cada vez tengo más miedo. Así comienza el día, y la historia se repite muchas veces.

lunes, 7 de mayo de 2007

Melmoth el Errabundo (Charles Robert Maturin)


Ése -prosiguió el desconocido- es el más exquisito refinamiento del arte de torturar en el que esos seres son tan expertos: colocar la miseria al lado de la opulencia; permitir que el desventurado muera por falta de alimento, mientras oye el rumor de los espléndidos carruajes que hacen estremecer su choza al pasar, sin dejar atrás alivio alguno; permitir que el laborioso y el imaginativo desfallezcan de hambre, mientras la orgullosa mediocridad hipa saciada; permitir que el moribundo sepa que su vida podría prolongarse con una simple gota de ese estimulante licor que, prodigado en exceso, sólo produce degradación y locura en aquellos cuyas vidas socava; hacer esto es su principal objetivo, y lo logran plenamente. El infeliz que soporta, a través de las grietas, los rigores del viento invernal que se clava como flechas en sus poros, con las lágrimas que se hielan antes de llegar a desprenderse, con el alma tan entenebrecida como la noche bajo cuya bóveda estará su tumba, y con los labios pegados y viscosos incapaces de recibir el alimento que implora el hambre alojada como carbones ardientes en sus entrañas, y que, en medio del horror de un invierno sin cobijo, prefiere su desolación al antro que usurpa el nombre de hogar, sin alimento y sin luz, donde a los aullidos de la tormenta responden esos otros más feroces del hambre, donde tropieza, en un rincón oscuro y sin paja, con los cuerpos de sus hijos tendidos en el suelo, no descansando, sino desesperados. Ese ser, ¿no es suficientemente desdichado?

viernes, 4 de mayo de 2007

Boris Vian – Un corazón de oro (1949)

Esta entrada nos la propone Javier Menéndez Llamazares. Que la disfriutéis

Aulne caminaba pegado a la pared y cada cuatro pasos miraba hacia atrás con gesto receloso. Acababa de robar el corazón de oro del padre Mimile. Por supuesto, se había visto forzado a destripar un poco al pobre hombre, y, en particular, a hundirle el tórax a golpes de podadera. Pero, cuando hay de por medio un corazon de oro, no es cuestión de pararse en barras en cuanto a procedimientos.
Cuando hubo caminado trescientos metros, se quitó de manera ostentosa su gorra de ladrón y, tirándola a una alcantarilla, la reemplazó por el sombrero flexible de un hombre honrado. Su paso se hizo más seguro. Sin embargo, el corazón de oro del padre Mimile, todavía caliente, no cesaba de molestarle, porque seguía latiéndole desagradablemente en el bolsillo. Además, le hubiera gustado contemplarlo con tranquilidad, pues era un corazón que, con sólo verlo, ponía a cualquiera casi en la obligación de delinquir.

miércoles, 2 de mayo de 2007

El último encuentro (Sándor Marai)



Nuestra amiga Gentiana nos propone este fragmento:


Uno acepta el mundo, poco a poco, y muere. Comprende la maravilla y la razón de las acciones humanas. El lenguaje simbólico del inconsciente... porque las personas se comunican por símbolos, ¿te has dado cuenta?, como si hablaran un idioma extraño, chino o algo así, cuando hablan de cosas importantes, como si hablaran un idioma que luego hay que traducir al idioma de la realidad. No saben nada de sí mismas. Sólo hablan de sus deseos, y tratan desesperada e inconscientemente de esconder, de disimular. La vida se vuelve casi interesante cuando ya has aprendido las mentiras de los demás, y empiezas a disfrutar observándolos, viendo que siempre dicen otra cosa de lo que piensan, de lo que quieren en verdad... Sí, un día llega la aceptación de la verdad, y eso significa la vejez y la muerte. Pero entonces tampoco esto duele ya. Krisztina me engañó, ¡Qué frase más estúpida!... Y me engañó precisamente contigo, ¡qué rebeldía más miserable! Sí, es así, no me mires tan sorprendido: de verdad me da lástima. Más tarde, cuando me enteré de muchas cosas y lo comprendí y lo acepté todo (porque el tiempo trajo a la isla de mi soledad algunos restos, algunas señales significativas de aquel naufragio), empecé a sentir piedad al mirar al pasado, y al veros a vosotros dos, rebeldes miserables, mi esposa y mi amigo, dos personas que se rebelaban contra mí, atemorizadas y con remordimientos, consumidas por la pasión, que habían sellado un pacto de vida o muerte contra mí.

martes, 1 de mayo de 2007

Días de sol en Metrópolis (Ángel Zapata)


Esta es una aportación de Juan Carlos Márquez , que nos recomienda a este autor.


Supermán daba vueltas al globo rompiendo la barrera del sonido, hacía cosas así, y en cambio hay gente, hay hombres más que nada, que se ponen a abrir una sencilla lata de berberechos y se rebanan las pelotas. Yo soy de esos. No estoy dotado de superpoderes. En absoluto. Pero Elvira está visto que no quiere enterarse, vive en su mundo, y no pierde ocasión—sobre todo esos días en que esperamos invitados— de confrontarme con mis limitaciones:

—Cielo: ¿podrías ir abriéndome estas latitas de berberechos?

—Ya; tú lo que estás buscando es que yo me rebane las pelotas, a que sí.
—Pues no, cielo. ¡Cómo iba a querer eso! Supermán podía ver a través de los objetos sólidos. Ya no hay objetos sólidos. Los había hasta hace unos años. Pero ya no. Ahora sólo hay objetos que se acoplan y otros objetos que se desacoplan, larvas que viajan de un continente a otro, hay porteros armados con fusil que esperan a estar solos para hablar de la ruta de la seda. Va a ser de noche. Se anuncia un temporal. Y por eso se lo digo a Elvira:

—Esta mañana te he sorprendido hablando sola, Elvira.

—Y qué decía.

—Algo muy raro sobre los cuchillos.

—¿Y no recuerdas qué?

—No. No me acuerdo.

—A ver: haz un esfuerzo, venga.

—Ya; tú lo que estás buscando es que yo me rebane las pelotas, a que sí.

—Pues no, cielo. ¡Cómo iba a querer eso!

La tía Tula (Miguel de Unamuno)



La preñez de Manuela fue, en tanto, molestísima. Su fragilísima fábrica de cuerpo la soportaba muy mal. Y Gertrudis, por su parte, le recomendaba que ocultase a los niños lo anormal de su estado.
Ramiro vivía sumido en una resignada desesperación y más entregado que nunca al albedrío de Gertrudis.
––Sí, sí, bien lo comprendo ahora ––decía––, no ha habido más remedio, pero...
––¿Te pesa? ––le preguntaba Gertrudis.
––De haberme casado, ¡no! De haber tenido que volverme a casar, ¡sí!
––Ahora no es ya tiempo de pensar en eso; ¡pecho a la vida!
––¡Ah, si tú hubieras querido, Tula!
––Te di un año de plazo; ¿has sabido guardarlo?
––¿Y si lo hubiese guardado como tú querías, al fin de él qué, dime? Porque no me prometiste nada.
––Aunque te hubiese prometido algo habría sido igual. No, habría sido peor aún. En nuestras circunstancias, el haberte hecho una promesa, el haberte sólo pedido una dilación para nuestro enlace, habría sido peor.
––Pero si hubiese guardado la tregua, como tú querías que la guardase, dime: ¿qué habrías hecho?
––No lo sé.
––Que no lo sabes..., Tula..., que no lo sabes...
––No, no lo sé; te digo que no lo sé.
––Pero tus sentimientos...
––Piensa ahora en tu mujer, que no sé si podrá soportar el trance en que la pusiste. ¡Es tan endeble la pobrecilla! Y está tan llena de miedo... Sigue asustada de ser tu mujer y ama de su casa.
Y cuando llegó el peligroso parto repitió Gertrudis las abnegaciones que en los partos de su hermana tuviera, y recogió al niño, una criatura menguada y debilísima, y fue quien lo enmantilló y quien se lo presentó a su padre.
––Aquí le tienes, hombre, aquí le tienes.
––¡Pobre criatura! ––exclamó Ramiro, sintiendo que se le derretían de lástima las entrañas a la vista de aquel mezquino rollo de carne viviente y sufriente.
––Pues es tu hijo, un hijo más... Es un hijo más que nos llega.
––¿Nos llega? ¿También a ti?
––Sí, también a mí; no he de ser madrastra para él, yo que hago que no la tengan los otros.
Y así fue que no hizo distinción entre uno y otros.
––Eres una santa, Gertrudis ––le decía Ramiro––, pero una santa que ha hecho pecadores.

El gran Gatsby (Francis Scott Fitzgerald)



En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.
"Cuando sientas deseos de criticar a alguien" -fueron sus palabras- "recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste."


No dijo nada más, pero como siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser muy reservados, comprendí que quería decir mucho más que eso. En consecuencia, soy una persona dada a reservarme todo juicio, hábito que me ha facilitado el conocimiento de gran número de personas singulares, pero que también me ha hecho víctima de más de un latoso inveterado. La mente anormal es rápida en detectar esta cualidad y apegarse a las personas normales que la poseen. Por haber sido partícipe de las penas secretas de aventureros desconocidos, en la universidad fui acusado injustamente de ser político. No busqué la mayor parte de estas confidencias; a menudo fingía tener sueño o estar preocupado; o cuando gracias a algún signo inconfundible me daba cuenta de que se avecinaba por el horizonte la revelación de alguna confidencia, mostraba una indiferencia hostil. Y es que las revelaciones íntimas de los jóvenes, o al menos la manera como las formulan, son por regla general plagios o están deformadas por supresiones obvias. Reservarse el juicio es asunto de esperanza ilimite.


Todavía hoy temo un poco perderme de algo si olvido que como lo insinuó mi padre en forma por demás pretencioso, y yo de la misma manera lo repito-, el sentido fundamental de la buena educación es inequitativamente repartido al nacer.

Y tras vanagloriarme de este modo de mi tolerancia, he de admitir que tiene un límite. La conducta puede estar cimentada en la dura piedra o en el pantano húmedo, pero pasado cierto punto me tiene sin cuidado en qué se funde. Cuando regresé del Este en el otoño sentí deseos de que el mundo estuviera de uniforme y con una especie de eterna vigilancia moral; no quería mas excursiones desenfrenadas con atisbos privilegiados al corazón humano. Sólo Gatsby, el hombre que presta su nombre a este libro, Gatsby, el hombre que representaba cuanto he desdeñado desde siempre, estuvo eximido de mi reacción. Si por personalidad - se entiende una serie ininterrumpida de gestos exitosos, entonces había algo fabuloso en él, una sensibilidad a flor de piel hacia las promesas de la vida, como si estuviera vinculado a uno de aquellos intrincados aparatos que registran terremotos a diez mil millas de distancia. Esta sensibilidad nada tiene que ver con la amorfa capacidad de impresionarse que adquiere categoría bajo el nombre de "temperamento creativo era, más bien, una extraordinaria disponibilidad para la esperanza, una presteza para el romance que jamás he encontrado en nadie y que probablemente no vuelva a hallar jamás. No.... Gatsby resultó bien al final; fue más bien aquello que lo devoró, esa basura hedionda que flotaba en la estela de sus sueños, lo que mató por un tiempo mi interés por las congojas intempestivas y las efímeras dichas de los hombres.