martes, 1 de mayo de 2007

La tía Tula (Miguel de Unamuno)



La preñez de Manuela fue, en tanto, molestísima. Su fragilísima fábrica de cuerpo la soportaba muy mal. Y Gertrudis, por su parte, le recomendaba que ocultase a los niños lo anormal de su estado.
Ramiro vivía sumido en una resignada desesperación y más entregado que nunca al albedrío de Gertrudis.
––Sí, sí, bien lo comprendo ahora ––decía––, no ha habido más remedio, pero...
––¿Te pesa? ––le preguntaba Gertrudis.
––De haberme casado, ¡no! De haber tenido que volverme a casar, ¡sí!
––Ahora no es ya tiempo de pensar en eso; ¡pecho a la vida!
––¡Ah, si tú hubieras querido, Tula!
––Te di un año de plazo; ¿has sabido guardarlo?
––¿Y si lo hubiese guardado como tú querías, al fin de él qué, dime? Porque no me prometiste nada.
––Aunque te hubiese prometido algo habría sido igual. No, habría sido peor aún. En nuestras circunstancias, el haberte hecho una promesa, el haberte sólo pedido una dilación para nuestro enlace, habría sido peor.
––Pero si hubiese guardado la tregua, como tú querías que la guardase, dime: ¿qué habrías hecho?
––No lo sé.
––Que no lo sabes..., Tula..., que no lo sabes...
––No, no lo sé; te digo que no lo sé.
––Pero tus sentimientos...
––Piensa ahora en tu mujer, que no sé si podrá soportar el trance en que la pusiste. ¡Es tan endeble la pobrecilla! Y está tan llena de miedo... Sigue asustada de ser tu mujer y ama de su casa.
Y cuando llegó el peligroso parto repitió Gertrudis las abnegaciones que en los partos de su hermana tuviera, y recogió al niño, una criatura menguada y debilísima, y fue quien lo enmantilló y quien se lo presentó a su padre.
––Aquí le tienes, hombre, aquí le tienes.
––¡Pobre criatura! ––exclamó Ramiro, sintiendo que se le derretían de lástima las entrañas a la vista de aquel mezquino rollo de carne viviente y sufriente.
––Pues es tu hijo, un hijo más... Es un hijo más que nos llega.
––¿Nos llega? ¿También a ti?
––Sí, también a mí; no he de ser madrastra para él, yo que hago que no la tengan los otros.
Y así fue que no hizo distinción entre uno y otros.
––Eres una santa, Gertrudis ––le decía Ramiro––, pero una santa que ha hecho pecadores.

6 comentarios:

Juan Carlos Márquez dijo...

Javier, te copio aquí debajo unos de mis fragmentos favoritos:

"Superman daba vueltas al globo rompiendo la barrera del sonido, hacía cosas así, y en cambio hay personas, hombres más que nada, que se ponen a abrir una sencilla lata de berberechos y se rebanan las pelotas".

De "Días de sol en Metrópolis", relato perteneciente al libro "La vida ausente", de Ángel Zapata.

Anónimo dijo...

Pues ya te has buscado una nueva complicación con este nuevo blog... Gracias por tu paciente labor arqueo(i)lógica. Besos.

Filisteum dijo...

Gracias, Juan Carlos.

La verdad es que me parece estupendo el tono irónico del texto.

Igual es un poco corto para un post completo, pero veré lo que hago.

Un abrazo y cuídate por ahí.

Filisteum dijo...

No importa trabajar otro poco, Ana.

El caso es rescatar trocitos, porque tengo para mí que la arqueología literaria será nbecesria al final de esta Edad media.

besos

Juan Carlos Márquez dijo...

Javier, si necesitas un fragmento algo mayor puedes encontrarlo aquí:

http://www.aviondepapel.com/aviadores/avangelzapatacuent.htm

Filisteum dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.