viernes, 27 de diciembre de 2013

La leyenda urbana de los caramelos y las calcamonías con droga.

Todo empezó en unas notas fotocopiadas que vi en la comandancia de la Guara Civil en 1999. Decían así:

ASUNTO: TATUAJE (sic) IMPREGNADO EN ESTUPEFACIENTE Por comunicaciones dimanantes de la 7ª Zona y de las comandancias de Ciudad Real y León, se tiene conocimiento de la posible existencia de un tipo de tatuaje impregnado el (sic) LSD, denominado «estrella azul», que pudiera estar siendo vendido a los niños en los colegios.

A su vez también han sido detectados los panfletos (sic) en las localidades de Sant Joan Despí (B) y Mataró (B).

Dicha información se ha conocido a través de panfletos que advierten a la población del peligro del uso del tatuaje, difundiendo sus características para poder ser identificados (sic).

Los panfletos son de dos tipos, de los que se adjunta copia, apareciendo en uno de ellos emblemas de la Guardia Civil y un llamamiento a la colaboración ciudadana con el Cuerpo, no habiendo tomado parte ninguna Unidad del mismo en su confección.

Hasta el día de la fecha, no se tiene constancia de la veracidad de la noticia y no ha sido detectado ninguno de estos tatuajes.  Siendo conveniente que se preste especial atención a la posible existencia y distribución de los mismos, ante la alarma social que la divulgación de los panfletos está causando.

Caso de ser detectados tales tatuajes o los panfletos se informará al COS de esta Comandancia.

El primer «panfleto» está encabezado con una súplica patética, escrita en cuerpo 20 y negrita: «LÉEME POR FAVOR».  El texto dice así: LLAMADA DE ATENCIÓN PARA LOS PADRES Un tipo de tatuaje llamado «estrella azul» está siendo vendido en los colegios a los niños.  Su forma es de una pequeña pieza de papel que contiene una estrella azul.  Tiene el tamaño de una goma de borrar y ésta (sic) impregnada de LSD.  La droga es absorbida a través de la piel simplemente manoseando el papel.  También hay tatuajes de colores brillantes que parecen sellos de correos y contienen imágenes de: SUPERMAN, MICKEY MOUSE, PAYASOS, MARIPOSAS, DIBUJOS DISNEY, BART SIMPSON, MARIPOSAS.  Cada uno está envuelto en papel de aluminio de forma atractiva para los niños/jóvenes.  ESTÁN LLENOS DE DROGA.  Son conocidos por reaccionar rápidamente estando algunos de ellos llenos de estricnina.  Esta es una nueva forma de venta de LSD, y en definitiva de crear nuevos adictos.  Por favor comenten esto con los niños, jóvenes, etc. Sobre la peligrosidad de este tipo de tatuajes.

El segundo «panfleto», en el que figuran dos emblemas de la Guardia Civil, dice exactamente lo mismo, pero en mayúsculas y enmarcado.  Un añadido a pie de página reza: «Si observan algo, pónganlo en conocimiento».  Junto a él hay un número de teléfono: el 062.

Como aquellas cartas amenazadoras que exigen ser copiadas tres veces y enviadas a otros tantos destinatarios, el «panfleto» siguió circulando irrefrenablemente y llegó incluso a la prensa.  El 29 de Julio de 1999, el diario La Mañana, uno de los más importantes de Lleida, abría su portada con el siguiente titular: «Bando en Guissona al detectarse el uso de LSD en calcomanías».  En la página 24, un redactor anónimo copiaba literalmente el texto del «panfleto» añadiendo alguna precisión indispensable (por ejemplo: «impregnados de LSD, una droga») y señalando que se había distribuido en forma de cartel por los establecimientos y locales públicos de Guissona.  El artículo concluía en términos parecidos a los de la nota de la Guardia Civil: «Los Mossos d’Esquadra indicaron que no les consta ninguna denuncia formal sobre este problema, que ha suscitado la preocupación del consistorio de Guissona».

El día 30 de julio la página 25 de La Mañana informaba que el bando de los «tatuajes» con LSD había sido retirado.

La decisión se ha tomado -decía el periódico- por la alarma social que ha generado el bando municipal y debido a que la Guardia Civil ordenó ayer la retirada inmediata del comunicado, según una nota hecha pública por el alcalde de la ciudad, Josep Cosconeva.

El alcalde explicó que el bando se elaboró porque el pasado 22 de julio un miembro de la Guardia Civil, conocido en la población, aportó un folleto en el que se advertía de la posible existencia de tatuajes impregnados de droga, por lo que el agente sugirió que se distribuyera por los lugares públicos.

El consistorio tradujo la información al catalán y colgó el cartel en tablones de anuncios, en las escuelas, en la guardería y los comercios.

El uso del término «tatuaje» y la responsabilidad de un agente de la Guardia Civil en la distribución del folleto indica a las claras que se trataba de una copia del que reproducíamos más arriba, expedido por las comandancias de Ciudad Real y León.

Finalmente, en su número del 30 de junio, otro de los diarios más importantes de Lleida, El Segre, ponía las drogas en su sitio con la siguiente aclaración: «Los rumores sobre la existencia de estas calcomanías corren cada verano y son desmentidos por las fuentes oficiales, que también esta vez negaron su existencia».

En efecto, estas fotocopias que alertan de la peligrosidad de ciertas calcomanías imaginarias (y no «tatuajes») impregnadas de LSD, constituyen un ejemplo clásico de lo que los folkloristas, desde hace muchos veranos, denominan «xeroxlore», o «folklore en fotocopia».  Los adelantos en materia de transmisión de datos han ampliado el concepto con otros dos neologismos, que aluden a sendos métodos para invadir el planeta con cualquier documento dudoso en un abrir y cerrar de ojos: el «faxlore» y el «netlore».

Por muy modernas que sean las vías de difusión, los mensajes distribuidos apenas difieren de las cartas «en cadena» que mencionábamos antes.  La única distinción estriba en los motivos de quienes muerden el anzuelo y se toman la molestia de copiarlas.  Si antes obraban por un vago temor supersticioso, ahora se dejan llevar por un miedo impreciso que les impulsa a no «romper la cadena» (aunque duden de ella) para evitar con su gesto «solidario» una posible epidemia de corrupción infantil.

Como señala Jean-Bruno Renard en el capítulo Les décalcomanies au LSD de su obra Légendes urbaines, escrita en colaboración con Véronique Campion-Vincent, todas las variantes de las fotocopias difundidas mundialmente son traducciones de octavillas norteamericanas que ya circulaban en 1987 por Estados Unidos y Canadá.  Estas, a su vez, derivan de otra octavilla que data de 1981, en la que no se mencionaban estrellas azules, mariposas, ni payasos.  En ella aparecía un tosco dibujo de Mickey Mouse vestido de «aprendiz de brujo», como en la película Fantasía (1940), acompañado del consabido mensaje.  La distribución de unas y otras ha provocado regularmente, como veíamos más arriba, pequeños brotes de histeria colectiva en incontables puntos del planeta, y todo parece indicar que seguirá provocándolos.

Vincular el LSD con las calcomanías podría tener su origen en una asociación de ideas errónea.  Es bien sabido que el «ácido» suele recogerse en hojas de papel secante, de las que se van cortando minúsculas porciones para su venta.  En general, estas hojas llevan estampado repetidamente un dibujo

- Mickey Mouse, Snoopy, E.T., Bart Simpson, estrellas azules, etc-, con el que se indica la cantidad y posición de las dosis.  La misma práctica han adoptado los fabricantes de drogas sintéticas, quienes suelen grabar en sus pastillas una infinidad de «logotipos» caprichosos, entre los que también figura el ratón Mickey e incluso Popeye.

La utilización de personajes de la cultura infantil y juvenil en el mundo de las drogas pudiera ser una reminiscencia del uso contra-cultural que se dio a la película Fantasía, de Walt Disney, a raíz de su reestreno en los años setenta.  Se decía que los psiconautas de aquella época solían ir a verla bajo los efectos de la marihuana o el «ácido» a fin de explotar al máximo el poder alucinógeno de sus imagénes, un auténtico delirio pirotécnico, cuyo hilo conductor era la representación visual de la música clásica.

Sin embargo, los ciudadanos de orden llegaron a conclusiones muy distintas.  En su opinión, un papel -secante o no- con un dibujo impreso era una calcomanía, y si era una calcomanía debía de ir destinada a los niños, porque de lo contrario, ¿a qué venía poner dibujos atractivos para los niños en las drogas, si no era para convertirlos en adictos desde su más tierna infancia?  Este obtuso razonamiento dejaba de lado dos hechos fundamentales: en primer lugar, el papel impermeable de las verdaderas calcomanías no podía absorber ninguna droga porque carecía de porosidad, a diferencia del papel secante o los terrones de azúcar.  Y en segundo lugar, el LSD no es una droga adictiva como la mayoría de narcóticos y estimulantes.

Aun así, las tergiversaciones continuaron y se fueron perpetuando tenazmente en las infames octavillas.  Las versiones que reproducían el texto completo señalaban que la droga pasaba inmediatamente a la sangre cuando entraba en contacto con la saliva «al lamer las calcomanías».  Esta frase ha sido eliminada de las variantes actuales, tal vez porque alguien reparó en que los niños saben perfectamente que no deben lamer las calcomanías, porque se les pegarían en la lengua, sino que basta aplicarlas sobre la piel y humedecerlas con agua.  La frase que se ha conservado afirma algo todavía más absurdo: «La droga es absorbida a través de la piel simplemente manoseando el papel».

La creencia falsa de que una droga puede penetrar en la sangre a través de los poros, tiene su antecedente más directo en un rumor de los años sesenta, recogido en la obra Vraies ou fausses?  Les rumeurs según el cual el cantante de rock Jimmy Hendrix se colocaba píldoras de LSD debajo de la cinta que llevaba alrededor de la cabeza para que la droga fuera penetrando en su organismo durante el concierto al mezclarse con el sudor.  Esta idea carece de base médica: una droga -o el bacilo del tétanos- no puede pasar al torrente sanguíneo por vía cutánea a menos que exista una herida en la piel.

La última advertencia es la más horripilante de todas, pues afirma que algunas calcomanías están «llenas de estricnina».

En este caso la octavilla -fiel como siempre a la verdad-, recoge atolondradamente un rumor que nada tiene que ver con el «ácido», sino que forma parte de la subcultura de la heroína.  Dicho rumor, difundido a escala mundial, asegura que existen partidas de esta droga adulteradas con estricnina, veneno sumamente mortífero.  Huelga decir que envenenar las drogas -o repartirlas gratis con vistas a una futura amortización- supondría para los traficantes la quiebra inmediata de su negocio, con lo cual esta última advertencia cae por su propio peso.

Con ánimo de averiguar si, a pesar de todo, se había dado algún caso de distribución de algo parecido a calcomanías trucadas en las escuelas, nos pusimos en contacto con José Vázquez, portavoz de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona.  Según su testimonio, jamás se habían producido denuncias de este tipo.  Todas las supuestas alegaciones al respecto provenían de simples rumores que contaban algunos padres mientras esperaban la salida de los niños del colegio.  En su opinión, los relatos acerca de supuestas calcomanías impregnadas de droga llegaron a su auge hacia 1984, coincidiendo con las muertes por heroína adulterada que saltaron a las crónicas de sucesos.  Lo cual, como apuntábamos antes, explicaría la mención de la estricnina en las octavillas.

Sea como fuere, demostrar la falsedad de esta leyenda nunca ha servido para erradicarla.  Su aparente verosimilitud se ve reforzada por las frecuentes noticias relativas a la incautación de alijos de droga ocultos en lugares insólitos: bombones, latas de conserva, etc. El motivo de su reaparición cíclica pudiera deberse al estado de alarma social que crean regularmente las campañas prohibicionistas, con su lacrimógena insistencia en la protección de los jóvenes contra el fantasma de la droga.  Es muy significativo, por otro lado, que las octavillas en cuestión no circulen de mano en mano entre las personas menos cultivadas, sino que aparezcan a menudo en los tablones de anuncios de escuelas y ambulatorios.  Esto demostraría que los guardianes de la educación y la salud se sienten aludidos, por el papel que desempeñan en la formación de ciudadanos ortodoxos, y se valen de una excusa idónea para clamar de nuevo contra las amenazas de la droga.

El tema del veneno oculto en un objeto inocente tiene precedentes tan ilustres como la manzana de Blancanieves (relato que, curiosamente, también llevó Walt Disney al cine...). Lo mismo podría decirse del individuo sin rostro capaz de preparar con sus propias manos toda clase de cebos con los que corromper a las criaturas.

Tradicionalmente llamado «el hombre de los caramelos», o «el hombre del saco», este personaje había ido perdiendo facultades hasta que adoptó atributos más acordes con los nuevos tiempos y pasó a llamarse « traficante de drogas».

Poca diferencia hay entre ambos espantajos: su único propósito continúa siendo llenar de angustia a padres e hijos.  Su rastro contaminante no emponzoña tan sólo las calcomanías de los niños, sino también otro objeto de uso cotidiano entre los adultos: los billetes de banco.  Edgar Vega nos cuenta un rumor que ilustra gráficamente la tremebunda metáfora del «dinero manchado de sangre de la droga», y que también recogía un programa reciente de La noche temútica: todos los billetes de dólar que circulan por el mundo tienen rastros de cocaína.  Por si esto fuera poco, los ingleses han empezado a «detectar» el mismo polvillo en sus libras esterlinas, como (des)informaba cumplidamente el programa La 2 Noticias del 6 de octubre de 1999.

Era de suponer que la agonizante peseta no tardaría en entrar a formar parte de la lista de billetes adictivos.  Efectivamente, en noviembre del mismo año, varios informativos citaban un estudio (!)

Según el cual el 80 % de los billetes de 5.000 y 10.000 pesetas registraban rastros de cocaína, cosa que demostraría el gran poder adquisitivo de los consumidores de dicha sustancia (!!).  Nuevamente, los medios de comunicación desempeñaban su papel de portavoces involuntarios de rancios temas folklóricos.  Esta vez, sin embargo, difundían un rumor que, si bien se mira, parece combinar metafóricamente dos cuestiones que, al decir de algunos, definen la Europa actual: el pensamiento único y la moneda única.

Por otro lado, esta noticia apócrifa no parece un simple cuento admonitorio inspirado en la práctica habitual de «esnifar» la droga mediante billetes enrollados.  Diríase que refleja simbólicamente la «suciedad» moral de las personas que se los intercambian (consumidores y traficantes).  Las manos de éstos (como la frente de Caín) estarían manchadas de restos indelebles de droga que impregnarían los billetes y contaminarían a los ciudadanos indefensos.

Volviendo al mundo de la infancia, no hay peor pesadilla para los padres, ni se concibe peor crueldad que dar un «dulce envenenado» a las criaturas.  Tanto es así que en Estados Unidos circula el rumor de que algunos perturbados, durante la noche de Halloween, introducen hojas de afeitar en las manzanas o envenenan los caramelos que regalan a los pequeños.  En sus Ensayos sobre la cultura popular española, Julio Caro Baroja menciona un equivalente nacional situado en tiempos de la República: Corrió por varias capitales de España la noticia -cuenta el eminente estudioso- de que gente de Religión había dado unos caramelos envenenados a unos niños, no recuerdo bien con qué malévolos fines.

Acto seguido no duda en afirmar que el «bulo» del veneno se viene repitiendo desde antiguo, aunque cambien los acusados o el designio del mismo.

Porque si se dio en nuestra época en la España de izquierdas -prosigue don Julio-, antes se dio en Madrid entre las llamadas masas liberales, con motivo del cólera de 1834, que ocasionó la famosa matanza de frailes, habiendo incluso hombres de letras como Gallardo, que creyeron en el envenenamiento.

Tras estas palabras, parece oportuno concluir con la siguiente versión que nos envía la malagueña Mª Ángeles Martín, saludablemente desmitificadora y sarcástica: Muchas veces he oído hablar de los caramelos envenenados en las puertas de los colegios.  Yo estaba en 3º, salíamos del colegio y un señor muy simpático te daba un caramelo y te pegaba una pegatina del PSOE en el pecho.  Una mujer que se encontraba allí comenzó a gritar como loca diciendo que esos caramelos contenían droga.  Nadie se atrevió a cogerlos, menos los que siempre aprovechaban las buenas ocasiones y decían «eso no es verdad, la droga no existe» (hay que matizar, teníamos nueve años).  Más tarde me di cuenta, con el paso del tiempo, de que esa mujer era del PP.

JOSEP SAMPERE en el libro "leyendas urbanas en España"

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