sábado, 13 de septiembre de 2008

Guía de perplejos (Maimónides)


Has de saber que los verdaderos atributos de Dios son aquellos cuya atribución se hace por medio de negaciones, lo que no trae consigo necesariamente ninguna expresión impropia, ni da lugar, en manera alguna, a atribuir a Dios ninguna imperfección, al contrario de la atribución enunciada afirmativamente, que encierra la idea de asociación e imperfección.

Tengo que explicarte primero cómo las negaciones son, en cierto modo, atributos, y en qué se distinguen de los atributos afirmativos; después te explicaré cómo no tenemos medio de dar a Dios un atributo, más que por negaciones y no de otra manera. Digo, pues, que el atributo no particulariza al sujeto de tal modo que no participe de ese atributo con otra cosa, antes bien, un atributo lo es también de un sujeto, aunque éste lo participe con otra cosa, no resultando particularización. Si, por ejemplo, viendo un hombre de lejos, preguntas qué es lo que se ve y te responden que es un animal, esto es indudablemente un atributo del objeto visto, pues aunque no lo distinga particularmente de toda otra cosa, resulta de él, sin embargo, cierta particularización, en el sentido de que el objeto visto es un cuerpo que no pertenece ni a la especie de las plantas ni a la de los minerales. Asimismo, si un hombre se encuentra en una casa y tú sabes que en ella hay un cierto cuerpo, pero no sabes qué es, supón que preguntas qué hay allí y que te han respondido que no hay ni mineral ni cuerpo vegetal, resulta de aquí cierta particularización, y tú sabes que lo que hay es un animal, aunque no sepas qué animal es. Por esta parte, pues, tienen los atributos negativos algo de común con los afirmativos, pues producen necesariamente cierta particularización, aunque ésta se reduzca a excluir por la negación todo lo que antes no creíamos que hubiera de negarse. Pero he aquí el lado por el que los atributos negativos se distinguen de los afirmativos: los atributos afirmativos, aun cuando no particularizan. indican siempre una parte de la cosa que se desea conocer, ya una parte de la sustancia, ya uno de sus accidentes, mientras que los atributos negativos no nos dan a conocer en manera alguna qué es realmente la esencia que deseamos conocer, como no sea accidentalmente, como hemos dado ejemplos de ello.
Después de esta observación preliminar, digo: es cosa demostrada que Dios, el Altísimo, es el Ser necesario, en el cual no hay composición.
De Él no alcanzamos sino que es, pero no lo que es. No se puede admitir, por tanto, que tenga atributos afirmativos, pues no tiene ser fuera de su quiddjtas, de modo que el atributo no puede ser ninguna de las dos cosas. Con mayor razón su quidditas no puede ser compuesta, de manera que el atributo pueda indicar sus dos partes y con mayor razón todavía no puede tener accidentes que puedan ser indicados por el atributo. No hay, pues, manera de dar a Dios ningún atributo afirmativo.
Hay que servirse de los atributos negativos para guiar el espíritu a lo que se debe creer de Dios; pues de ellos no resulta ninguna multiplicidad y llevan al espíritu al término de lo que al hombre es posible alcanzar de Dios. Pues se nos ha demostrado, por ejemplo, que existe necesariamente algo fuera de las esencias percibidas por los sentidos, a cuyo conocimiento llegamos por medio de la inteligencia, de ese algo decimos que existe, lo que quiere decir que es inadmisible que no exista. Comprendiendo luego que no ocurre con ese Ser como con el intelecto, que, aunque no sea un cuerpo, ni carezca de vida, es, sin embargo, producido por una causa, decimos que Dios es eterno, lo que significa que no tiene causa que lo haya hecho existir. Luego comprenderemos que a la existencia de ese Ser, la cual es su esencia, no le basta para existir El solamente, sino que, al contrario, de ella emanan numerosas existencias, y no como el calor emana del fuego, ni como la luz proviene del sol, sino por una acción divina que les da la duración y la armonía, gobernándolas bien, como expondremos. Y por todo eso atribuimos a Dios la potencia, la ciencia y la voluntad, queriendo decir con estos atributos que no es ni impotente ni ignorante, ni aturdido ni negligente. Si decimos que no es impotente, esto significa que su existencia basta para hacer existir cosas distintas de El; no ignorante significa que percibe, es decir, que vive, pues todo lo que percibe tiene vida; con no aturdido ni negligente queremos decir que todos esos seres siguen un cierto orden y régimen, que no son abandonados ni entregados al azar, sino que son como todo lo que está conducido con una intención y una voluntad, por Aquél que lo quiere. Finalmente comprendemos que ese Ser no tiene semejante, así que si decimos que es único, esto equivale a negar su pluralidad.
Es, pues, evidente que todo atributo que le prestemos, o es un atributo de acción, o -si tiene por objeto hacer comprender la esencia de Dios y no su acción- debe ser considerado como la negación de una privación.
Pero no hay que servirse de esas mismas negaciones para aplicarlas a Dios, sino de la manera que sabes; quiero decir, que se niega algunas veces de una cosa lo que no está en su condición poseer, como cuando decimos de la pared que no ve.
Tú sabes, oh lector de este tratado, que nuestras inteligencias son demasiado débiles para comprender la quidditas del mismo cielo -y eso que es un cuerpo movido, y que lo hemos medido por palmos y codos, hasta abrazar con nuestra ciencia las medidas de ciertas partes suyas y la mayoría de sus movimientos- aunque sabemos que tiene necesariamente materia y forma, aunque no es una materia como la que está en nosotros, por lo que no podemos calificarlo más que con palabras imprecisas y no con una afirmación precisa. En efecto, decimos que el cielo no es ni ligero ni pesado, que es impasible y que por eso no recibe impresión, que no tiene gusto ni olor, y otras negaciones semejantes; todo por nuestra ignorancia sobre esa materia. ¿Qué sería de nuestras inteligencias si tratan de alcanzar a Aquél que está exento de materia, que es de una simplicidad extrema, Ser necesario, que no tiene causa y que no está afectado por nada añadido a su esencia perfecta, cuya perfección significa para nosotros negación de imperfecciones, como hemos expuesto? Pues no alcanzamos de Él otra cosa sino que es, que hay un Ser, al que no se parece ninguno de los seres que Él mismo ha producido, que no tiene absolutamente nada de común con estos últimos, en el que no hay ni multiplicidad, ni impotencia de producir lo que está fuera de Él, y cuya relación con el mundo es la del capitán con el navío. No es que esta sea la relación verdadera, ni que la comparación sea justa, pero sirve de guía al espíritu para que éste comprenda que Dios gobierna los seres, es decir, que los perpetúa y mantiene en orden, como es menester.
¡Alabanza a Aquel que, cuando las inteligencias contemplan su esencia, la comprensión se cambia en incapacidad, y cuando examinan cómo sus acciones resultan de su voluntad, la ciencia se cambia en ignorancia, y cuando las lenguas quieren glorificarlo con atributos, toda elocuencia se convierte en un débil balbuceo!

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