domingo, 27 de septiembre de 2009

El Lechero (Fray Mocho, José Sixto Álvarez)


Siendo la leche el primer alimento que se da a los recién nacidos, necesario era que mi primer articulo para Caras y Caretas tuviese sabor lácteo, para lo cual ningún tipo de los que me obligaron a presentar se acomodaba tanto a mi propósito, como el del lechero.


Ya se fue el marchante de los buenos tiempos viejos, que los niños esperábamos ansiosos por la yapa de la leche, exigua y por ello sabrosa, y los más grandecitos y traviesos, por el mancarrón cargado con los tarros, sobre cuyas tapas envuel¬tas en trapos, se extendía el cuero de carnero que le servia de trono v sobre el cual, arrodillado y er¬guido el busto, marchaba a trote el lechero, como se decía, el viejo vasco cantor y alegre.

Qué famosos galopes hasta la bocacalle, con corridas de todos los perros vecinos!

Se fue el marchante y con él se ha ido una nota típica de Buenos Aires y también el arreador usa¬do como cetro; la boina terciada sobre la oreja; el chiripá de granos de oro cayendo apenas sobre la bota de becerro chueca y embarrada; el tirador que era una especie de cafarnaún en que se halla¬ban botones desertores, cartas de mucamas aven¬tureras que comenzaban con el invariable "cerido, marchante digamé ci es cierto que irle dará el ha¬nivito ci le doy el veso", pesos chicos con carne¬rito, cabellos mezclados con flores secas, horqui¬llas para la novia preferida -la paisana- que le esperaba entre sus patos y gallinas, allá por Morón o San justo, y a veces el papelito en que "la patrona gorda", "la flaca de Maypú", "1a vieja del Socorro", cono él designaba a su clientela, le encargaban manteca fresca o huevos caseros para la niña y también las milongas en vascuence, entonadas al bordear un charco suburbano y la original "fonda de vascos" donde entre copa y copa de vino se comentaba a gritos toda la vida porteña, mirada desde la cocina.

A otros tiempos otros tipos.

Ahora tenemos el carrito con vasijas de latón, lustrosas de puro limpias: el lechero de delantal y gorro blanco, serio, grave, que no canta ni ríe, ni dice chicoleos; la manteca en panes de ilusión y la harina y el agua y la sofisticación reinando omnipotentes con sellos, patentes, certificados quí¬micos y tapas higiénicas!

Y ahí va la vida, siguiendo su tortuoso cami¬no. cada día menos pintoresca, menos nacional, diremos, pero más arreglada a las leves y ordenanzas, por más que el viejo marchante desalojado, diga melancólicamente, al ver pasar uno de lo carritos triunfadores:

-¡Arodá no más... masón condenao, que ya te allegará tu hora! ...

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